El candidato, dinero y política

Por: Guido Gómez Mazara.

Desprovisto de la fundamentación teórica indispensable, incapaz de construir el argumento inteligente, Gonzalo Castillo tiene en “dar” el único elemento que valida sus aspiraciones a la presidencia del país. Por eso, la crisis sanitaria que nos afecta posibilita la postergación de exhibir y poner en contexto herramientas esenciales en la carrera política que, sumados al marcado interés del oficialismo, pretenden que la ciudadanía no preste atención a un aspirante de una organización que por años hizo de la formación, preparación y rigurosidad en el estudio de la realidad social, piezas indiscutidas para participar en la arena pública.
No es que la candidatura de mayor importancia política constituya un ejercicio exclusivo para intelectuales. Ahora bien, que los destinos de la nación sean conducidos por un ciudadano que esconde en la noción de “gerente” falencias inexcusables y que sus terribles pifias en el ámbito de la comunicación sirvan de pieza de escarnio, construyen una referencia del proceso de deterioro de la calidad y credenciales básicas del producto partidario. De ahí que el dinero tienda a suplir carencias elementales y abren las compuertas de una campaña sin contenido ni sustancia y amparada en los recursos públicos que están sustentando un propósito de aspiración presidencial capaz de servir de aliento y tranquilizador a gente con bastante temor por su salida del poder.
El éxito de Gonzalo Castillo es la derrota de Juan Bosch, su legado y valoración de la actividad política. Allí, donde el líder histórico del PLD exponía una idea, el actual candidato presidencial se torna huidizo. A los que recuerdan la facilidad en el uso de la palabra del maestro y expresidente, el paralelismo de lo que hoy exhiben como aspirante es un retrato hablado de un déficit argumental sin precedentes. La fascinación por las letras del profesor no guarda proporción por el desdén hacia la cultura del ministro de Obras Públicas (2012-2019) y candidato del oficialismo. Y si el afán por la acumulación representó una aspiración divorciada de la naturaleza del excelso escritor, el sello distintivo del continuador de la gestión de Danilo Medina radica en hacer del dinero el trampolín existencial y meta de vida.
Contrario a la lógica clientelar que nubló una parte de los últimos años de la vida política, la sociedad comenzó a establecer parámetros diferenciadores porque asimiló que, en la medida que la auténtica vocación de servicio y entrega a los necesitados se sustituyó por el dinero, el endoso en el marco de las campañas electorales eran “compras y alquiler de simpatías” que rebasado el proceso impedían un pase de balance al funcionario electo y que dicha relación degradada obstruían al ciudadano en el requerimiento y exigencia de un comportamiento correcto. Así, se inició la etapa de vuelta a valores históricos sobre la actividad política y los aspirantes, y el próximo 5 de julio tendremos una oportunidad para demostrar si la compra de pan y salami, junto al aparato clientelar del gobierno poseen la capacidad de derrotar a la mayoría de los ciudadanos.
Con paciencia, pero resulta válido el ejercicio: encuentren las personas que defiendan a Gonzalo Castillo por su talento, vocación de servicio, destrezas formativas, carisma, conexión con los sectores populares, conducta transparente, modelo de crecimiento patrimonial respetando las reglas éticas de la sociedad. Y no tengo la menor duda de que, al “conseguir” los militantes de esa causa, el común denominador es su relación con la nómina gubernamental. Lo cierto es que los porcentajes acumulados por el candidato presidencial del PLD descansan en el aparato del Estado, los temores estructurados alrededor de los militantes de su organización respecto de la preservación de empleos y las ventajas económicas que se desprenden de endosarle.

En definitiva, Gonzalo Castillo es la expresión del dinero deteriorando los valores y la esencia de la actividad política. ¡Y nada más!