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Política

El PLD y la autoridad moral

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MANOLO PICHARDO.

Un reduci­do grupo de creyentes, jóvenes en su mayoría, decidió acompañar a su líder en lo que en ese mo­mento parecía una aventu­ra, un proyecto suicida, un salto al vacío que termina­ría con las tiernas carreras políticas que, a partir de sueños, de estímulos utó­picos, decidieron empren­der rompiendo con un pa­sado que pretendía seguir siendo referente de pre­sente y futuro, en desafío a la perennidad del cam­bio como elemento fun­damental y clave en la di­námica de las inevitables transformaciones sociales.

Ese hecho de carácter his­tórico, por constituir un pun­to de quiebre en la forma de hacer política, liderado por Juan Bosch en 1973, le ofre­ció al país la construcción de un instrumento capaz de or­ganizar y educar a las ma­sas, de suerte que tuvieran la oportunidad de orientar el rumbo de su propio destino; un destino que se proyectaba más promisorio en la medi­da que la formación política, complementada con el atrac­tivo por el conocimiento, da­ba garantía de cualificación partidaria y, consecuente­mente, de cualificación so­cial.

El avance material de la sociedad, en cualquier estadio civilizatorio, hubo de pasar necesariamente por el conocimiento que, por dar la oportunidad de avanzar en la ciencia y la tecnología, ha colocado a las sociedades que recu­rrieron a él, en términos de desarrollo, por encima de las que no le aposta­ron para cultivar destre­zas sobre todos los fac­tores de la producción, cuestión que queda evi­denciada en la cantidad de patentes de un país y su relación con la genera­ción de riquezas.

Bosch, el más ilustre po­lítico que haya parido la República Dominicana, conocedor como ninguno de la historia de la Huma­nidad en la más íntima in­terioridad de su evolución dialéctica, tenía conciencia de esta realidad y, desde su liderazgo perredeísta qui­so convertir al partido que posteriormente abando­naría en un faro para ilu­minar las conciencias de sus conciudadanos, pues fue con esa organización que ayudó a crear en el exilio para luchar contra la tiranía de Trujillo, el es­tablecimiento de una de­mocracia económica y so­cial, que pensó impulsar una nueva forma de hacer política.

No tuvo éxito en ese propósito y se dedicó a es­culpir lo que creyó sería su obra maestra: el Partido de la Liberación Domini­cana. En ese proyecto co­menzó a invertir las ener­gías que le quedaban, y logró su articulación, no sin dejar de enfrentar des­de el inicio, los vicios que vinieron con la naturale­za pequeño burguesa de la mayoría de sus miembros, que tuvo como expresión la lucha grupal que se con­ traponía a la disciplina consciente derivada de la formación.

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Se instalaron desde el principio grupos de prag­máticos, definidos por Bosch como políticos sin ideas ni planes, que conci­ben el poder como fin en sí mismo, que salen todos los días a ver con qué se en­cuentran; y corrientes de pensamiento más afines a los ideales del líder y a los fines y propósitos de la or­ganización. El Partido se fue desarrollando bajo una autoridad política que fre­nó la turbamulta pragmá­tica que, con el tiempo y con métodos contrarios a la esencia de la formación, le fueron convirtiendo en su antítesis , al punto que el mismo padre de la cria­tura decidió renunciar por entender que había un cambio de rumbo.

Su inmediato retorno no impidió, por su situa­ción de salud, que la au­toridad política y moral se esfumaran en un lento proceso que borró la místi­ca y el espíritu de servicio para dar paso a una corpo­ración con fines rentistas, en el que incluso, cuadros con luces, cambiaron los principios por el situado, provocando al nacimiento de la Fuerza del Pueblo co­mo alternativa boschista.

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