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Economía

Mi particular teoría sobre la Proporcionalidad Impositiva

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Sergio Forcadell.

Sobre los impuestos se ha escrito, hablado y debatido mucho. Podríamos decir demasiado y hasta la saciedad. Desde el escenario oficial siempre se nos ha intentado vender la idea -no siempre comprada- de que el dinero que aportamos por obligación al Estado sirve para invertirlo en el necesario desarrollo social y económico del país. Gracias a los impuestos hay carreteras, aeropuertos, puentes, hospitales, ejército, policía, y mil y un servicios más en beneficio de los ciudadanos. Y esta idea, al menos en el plano teórico, constituye una gran e incuestionable verdad.

Desde el lado no oficial, el de los ciudadanos de a pie o en carrito modesto, que son los que más aportan al fisco a base de sacrificar sus escuetos bolsillos, con frecuencia aparece un cierto o un mucho recelo cuando se menciona la palabra impuestos, pues por su amplitud, complejidad y necesidad de abundante ética en su manejo y correcta aplicación, en demasiadas ocasiones, y más en países tan peculiares como el nuestro, las cosas no suelen hacerse con la debida garantía de eficacia.

Unos -la mayoría- se quejan de que pagan demasiado por lo poco que reciben, o perciben que reciben. Otros, afirman que una buena parte de ese dinero público se queda impunemente en los bolsillos o en paraísos fiscales por parte de los funcionarios inmorales y avivatos de turno. Y muchos también, opinan que los dineros se derrochan en cosas no perentorias y hasta caprichosas, y por ende no se distribuyen con la debida equidad entre los colectivos que más lo necesitan.

En mi opinión -muy particular- acepto que los impuestos son necesarios, eso está muy claro y no merece discusión alguna, pero que el asunto recién mencionado de la equidad en la forma como se realiza en la actualidad es totalmente disparatada. En eso no estoy de acuerdo. Nada. En absoluto.

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¿Por qué el que cotiza mucho más que el promedio de personas, bien porque que tiene empresas productivas o hermosas cuentas corrientes en bancos, debe recibir los mismos servicios públicos que el que paga menos? Eso es una gran injusticia como podrá verse en un par de ejemplos expuestos a continuación, en los que se expresa y justifica mi teoría de la justa proporcionalidad distributiva de los impuestos.

Si usted compra un vuelo y paga un billete  de clase económica, irá apretado junto a cientos de personas como sardinas en avión, que al fin y al cabo es una lata sofisticada, sin apenas espacio para moverse. Recibirá, con suerte, una triste comida en un pequeño ataúd de plástico, una manta estándar, un pequeño botellín de agua, y un ¨buenos días¨ o un ¨muchas gracias¨ con una sonrisa estereotipada de la azafata al entrar o salir de la aeronave. Y va en coche, aunque éste tenga turbinas.

Pero si usted paga un billete de primera clase que vale el doble o triple, entonces las cosas cambian. Le reservan un asiento con gran espacio para estirar las pernas e incluso abatible para poder dormir. Las azafatas o sobrecargos le miman y visitan múltiples de veces durante el trayecto para preguntarle cómo le va el viaje, si desea o necesita algo más.

Le ofrecen varias y  exquisitas comidas a la carta, revistas, zapatillas, medias, y hasta le brindan  copitas de vino o champaña de marca. Es lo lógico y nadie se queja por ello. La ley de la proporción: menos recibe menos, y más recibe más. Ni más, ni menos.

Lo mismo sucede en los espectáculos. Si usted compra las mejores localidades que son las más caras, se sienta en un buen sillón, tiene mejor sonido, y gracias a su posición privilegiada puede ver hasta el ombligo de la cantante de moda, que, por cierto, está muy rica la niña. Mientras que los que pagan menos o poco van para los ¨blinchers¨ y ahí todo es tigueraje y algarabía donde apenas se dejan oír las canciones, y a la artista, por la distancia, ya no se le ve el ombligo y apenas el cuerpazo que quita el hipo, de tan lejos que está. Y nadie se queja tampoco por ello. De nuevo la ley de la proporción. Más, más. Menos, menos.

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Pero con los impuestos no es así, y de ahí viene mi queja. Si usted paga al fisco, ponemos por caso cinco millones de pesos al año, tiene que viajar por la misma carretera con hoyos o sin señales, o tiene que hacer una molesta y compleja burocracia fila en las dependencias oficiales como el que paga quince mil, o aún peor, no paga ni un solo chele. Eso, sin duda es una gran injusticia social. Los que pagan más deberían, repetimos, por pura lógica, recibir más.

De nuevo los ejemplos para entenderlo mejor. Las carreteras habrían de tener un carril expreso únicamente para los de mayor contribución a la DGI, bien asfaltado, con luces, señales y barreras, como Dios manda, con postes kilométricos, y verdaderos servicios de asistencia mecánica y de socorro, con helicópteros para casos de accidentes.

Y los que pagan menos, que vayan por las deficientes vías de siempre y a Dios que reparte suerte para poder llegar a sus destinos.

En las oficinas del Estado lo mismo, deberían tener ventanillas especiales con SAAI (Servicio de Atención Amable e Inmediata), cómodos sillones de espera, aire acondicionado especial, mesitas con refrescos y aperitivos de maní, semillas de cajuil o aceitunas rellenas de anchoas para los que pagan más, llamémosles los VIPIMP, y no tengan que estar de pie en las largas y lentas filas de los que pagan menos, o nada, luchando a brazo partido para que los tigueres no les quiten el incómodo puesto que llevan guardando durante horas.

Naturalmente, a  los VIPIMP se les dotaría de un documento tipo tarjeta de crédito para que pudieran mostrarlo e identificarse ante las autoridades correspondientes, y sobre todo como un ¨echavainas¨ productor de envidias atroces a los amigos y relacionados.

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Este sistema, por aquello del efecto de aspiración social podría hacer que muchos contribuyentes en lugar de tratar de engañar con evasiones fiscales y otros trucos similares, paguen sus impuestos completos e incluso se esfuercen más para llegar a ser un cotizado VIPIMP.

¡Ah! y también se verían stickers en los vidrios traseros de los carros con leyendas como esta ¨YO SOY UN VIPIMP ¿Y TÚ? ¡IDIOTA!¨

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