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Opinión

Entre el cambio y la tragedia

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El cambio simboliza esperanza, energía y oportunidad. Otorga más autoridad para la gobernanza con estabilidad y la prerrogativa para dinamizar, sin atajos, la economía y para higienizar los vasos sanguíneos en la grieta de la frustración y la indignación. Hidrata el complejo entorno societario.

El cambio obra como una válvula de escape en un espacio colectivo saturado y descontento por la “deuda social” acumulada, y en el que el coronavirus deteriorará las condiciones de vida, en la insostenibilidad asistencialista del “Estado benefactor”. Consecuencialmente, las protestas serían más incendiarias que la Marcha Verde y las concentraciones en la Plaza de la Bandera.

Engrandecidos y con la idea de que podían seguir como jefes de Estado, porque el poder hegemónico todo lo puede, terminó en la cárcel Ignacio Lula da Silva, condenado Rafael Correa y huyendo en el exterior Evo Morales, tres presidentes que ejecutaron memorables reformas socio-económicas e institucionales en Brasil, Ecuador y Bolivia.

La casi totalidad de los mandatarios han abortado por estos primados: corrupción e imprudencias en el gasto, irrespeto a leyes, arbitrariedades, inflación, desmesuras tributarias y ambientales, déficit democrático y deficiencias en servicios públicos.

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En República Dominicana, los prolongamientos impuestos -directos e indirectos- han pulverizado a sus auspiciadores: Pedro Santana, presidente en cuatro ocasiones, se suicidó; Buenaventura Báez, gobernante cinco veces, murió exiliado en Puerto Rico, y Ulises Heureaux (Lilís), mandatario en cuatro períodos, fue ejecutado en Moca.

Los traumas merodearon más adelante: Horacio Vásquez fue derrocado, por la “seguidilla”, por Rafael Trujillo Molina. Tiranizó dando la cara, y por intercambio de Jacinto Bienvenido Peynado, Manuel de Jesús Troncoso de la Concha, su hermano Héctor Bienvenido y de Joaquín Balaguer y, como quiera, acabó ajusticiado. Este último se despidió derrotado, y volvió a ser descalabrado electoralmente, con ceguera.

En los escenarios contemporáneos, para alcanzar la Presidencia o proseguir, se apela a la coerción, la retaliación y la publicidad excesiva con recursos estatales para crear percepciones subjetivas. Estas son forjadas por noticiabilidades engañosas, liturgias mediáticas y redes asociativas, buscando alterar actitudes y comportamientos en la selección del voto.

Para evitar una indeseable tragedia, el cambio será menos trastornador, porque apaciguará en la esperanza, ayudará a revitalizar la economía y los programas oficiales. Pero, eso sí, tendrá que ser una mutación guiada por un conocedor de la economía, con una imagen pública pulcra y serena, y dominio de las tecnologías emergentes.

En la campaña del 2009, Barack Obama matizó que “el cambio es el motor de los negocios, el poder que mueve el crecimiento y el progreso”, y que “quienes se resisten al cambio se resisten a la realidad y a la vida misma”. Con ese lenguaje triunfó y gobernó hasta el 2017.

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Por: Oscar López Reyes [email protected]

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