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Opinión

¿Estadistas o traficantes?

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Muchos candidatos a puestos electivos de países con las características del nuestro desarrollan sus aspiraciones en un escenario que les facilita ocultar sus deficiencias y hasta simular aptitudes de las que adolecen.

Se benefician de la precaria capacidad de analizar los acontecimientos de amplios segmentos del electorado a quienes, debido a eso, los engatusan fácil y captan sus votos aun siendo esa decisión un suicidio económico, social y político para los incautos conquistados.

A lo anterior hay que agregar la enorme incidencia del aparato público y de la politiquería en la solución de las necesidades materiales de millones de dominicanos. Estos son sometidos a una especie de chantaje que los conduce a temer que su situación solo se preservaría si al frente del Estado continúa el estamento partidario que originó su situación.

De esa manera se tienen clientes, jamás aliados en la ardua tarea de construir una mejor nación. A quienes por esos motivos se les sigue, de liderazgo tienen muy poco y mucho de traficantes de la política.

Tan penosa circunstancia se presenta en todos los estratos de las posiciones electivas y sus consecuencias perniciosas son terribles para el país. Por tal razón, con marcada frecuencia somos testigos de espectáculos deplorables ofrecidos por regidores, alcaldes, diputados, senadores, cuya elección solo puede explicarla el contexto al que nos estamos refiriendo.

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Sin embargo, pese a la gravedad de lo descrito, nada es comparable con el riesgo que asumimos como conglomerado humano al hacer una mala elección de la persona que va a ostentar la presidencia de la república. Esa peligrosidad se incrementa por el fuerte verticalismo y débil institucionalidad que prevalece entre nosotros, donde el primer mandatario ejerce poderes que van incluso más allá de los que el diseño constitucional concede.

En el caso específico de Gonzalo Castillo, ni siquiera haber colocado miles de millones de pesos para construirle imagen presidencial propia, han resultado suficientes para que no haya aflorado su condición de testaferro político de alguien que hizo todo lo posible por continuar en su cargo y, al no poder, pretende hacerlo por su intermediación.

Manipular una pandemia y sus cifras; gastar una fortuna del patrimonio público; violar toques de queda; repartir migajas; traer del extranjero personas varadas; desplegar campañas sucias; huir de debates; hacerlo callar en mítines decisivos; contar con ejércitos de bocinas remuneradas, podrá resultar útil para ganar puntitos en encuestas, pero no para definir perfiles de estadistas.

Por: Pedro P. Yermenos Forastieri

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