Opinión
Faride, fanatismo y politiquería
Entre el fanatismo y la politiquería, más un electorado que no sólo ha dejado de creer en los políticos sino que comienza a no creer en sí mismo, los dominicanos vamos destruyendo lo que en valores democráticos e institucionalidad hemos avanzado desde el día que Trujillo “gracias a un balazo se enfermó…”, y tengo ejemplos.
El primero ocurrió la pasada semana, cuando un diputado de la oposición, Pedro Botello, denunció que el gobierno disponía de cien millones de pesos para hacer aprobar en la Cámara su solicitud de extensión del Estado de Emergencia, y 72 horas después el mismo legislador aprobó la extensión. “A confesión de parte relevo de pruebas”.
Pero si este striptease no fuera suficiente, hace unos días unos señores falsificaron una infografía de campaña de la candidata a senadora del D.N. por el PRM, Faride Raful, y con la mala leche de un demonio en celos escribieron sobre ella lo que quisieron, y luego lo subieron a las redes. Cuando la diputada denunció el agravio, los defensores del delito respondieron que no es importante esa ilegal rastrería, sino que ella, Faride, hable de lo que ellos quieren que hable.
A comportamientos como este conduce la enfermedad del fanatismo a gente que, -autocalificándose como seguidor del hijo de un carpintero de Belén que amó a la María Magdalena hasta “el delirio y el polvo”-, , no actúa desde ese amor que enseña el de Galilea, ay, sino desde el odio para dañar a quien difiere de sus posiciones, aunque comparta su fe cristiana.
Cuando excesos como este ocurren y vuelven a ocurrir, (hay recientes y peores), cuando en una sociedad crece el odio hasta la intolerancia y la delincuencia y el peor fundamentalismo avanza de la mano de ese “sentido absoluto de la verdad”, entonces es la hora de llamar a Voltaire.
Llamemos a Voltaire, que hace mil años nos advirtió que el problema del fanático es estar convencido de que sus creencias no solamente son una obligación para él sino que, además, es su tarea obligar a los otros a entenderlo así o callarse la boca, aunque tenga que cometer el delito de violar la infografía de un candidato, y odiar y odiarse, como lo hace un demonio cuando pierde ante un dios su lucha por el amor “tan cinco estrellas” de una María Magdalena, ¡ay!
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