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Opinión

Faride, fanatismo y politiquería

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PABLO MCKINNEY.

Entre el fanatis­mo y la politi­quería, más un electorado que no sólo ha deja­do de creer en los políticos si­no que comienza a no creer en sí mismo, los dominica­nos vamos destruyendo lo que en valores democráticos e institucionalidad hemos avanzado desde el día que Trujillo “gracias a un balazo se enfermó…”, y tengo ejem­plos.

El primero ocurrió la pa­sada semana, cuando un di­putado de la oposición, Pe­dro Botello, denunció que el gobierno disponía de cien millones de pesos para hacer aprobar en la Cámara su so­licitud de extensión del Es­tado de Emergencia, y 72 horas después el mismo le­gislador aprobó la exten­sión. “A confesión de parte relevo de pruebas”.

Pero si este striptease no fuera suficiente, hace unos días unos señores fal­sificaron una infografía de campaña de la candidata a senadora del D.N. por el PRM, Faride Raful, y con la mala leche de un demonio en celos escribieron sobre ella lo que quisieron, y lue­go lo subieron a las redes. Cuando la diputada denun­ció el agravio, los defenso­res del delito respondie­ron que no es importante esa ilegal rastrería, sino que ella, Faride, hable de lo que ellos quieren que hable.

A comportamientos co­mo este conduce la enfer­medad del fanatismo a gente que, -autocalificán­dose como seguidor del hi­jo de un carpintero de Be­lén que amó a la María Magdalena hasta “el delirio y el polvo”-, , no actúa des­de ese amor que enseña el de Galilea, ay, sino desde el odio para dañar a quien difiere de sus posiciones, aunque comparta su fe cris­tiana.

Cuando excesos co­mo este ocurren y vuel­ven a ocurrir, (hay recien­tes y peores), cuando en una sociedad crece el odio hasta la intolerancia y la delincuencia y el peor fun­damentalismo avanza de la mano de ese “sentido abso­luto de la verdad”, enton­ces es la hora de llamar a Voltaire.

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Llamemos a Voltaire, que hace mil años nos ad­virtió que el problema del fanático es estar convenci­do de que sus creencias no solamente son una obliga­ción para él sino que, ade­más, es su tarea obligar a los otros a entenderlo así o callarse la boca, aunque tenga que cometer el delito de violar la infografía de un candidato, y odiar y odiarse, como lo hace un demonio cuando pierde ante un dios su lucha por el amor “tan cinco estrellas” de una Ma­ría Magdalena, ¡ay!

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