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Opinión

Favores y deudas

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JUAN F. PUELLO HERRERA.
[email protected].

Los favores excesivos traen con­sigo males indescriptibles y hasta inesperados; así, cuando alguien hace un favor pensan­do en la recompensa que habrá de recibir vende su propia voluntad.

La anterior premisa se aplica en situacio­nes diversas; por ejemplo, el de un funcio­nario público que ocupando una función de importancia inicia un rosario de dona­tivos con la intención de que en el momen­to en que deje el cargo captar unos clien­tes “agradecidos” que le otorguen un buen sustento económico.

Por esto hay favores que se pagan y deu­das que se exigen. Bajo este predicamen­to muchos que permanecen en una institu­ción pública, piensan que cada “pequeño servicio” que hace va sumándose asegu­rando en un futuro una renta, que le per­mita satisfacer sus gustos y “prioridades”.

Publio Terencio comediógrafo de la antigua Roma escribió que ningún hombre digno pe­diría que se le agradezca aquello que nada le cuesta. De esta manera, si la intención es hacer un favor no hay que pensar en las prebendas a recibir a corto, mediano o largo plazo que per­mitirán vivir con holgura, sino más bien que el sentido común aconseje no buscar méritos de servicios pasados.

Desde el momento en que los favores programados se realizan para comprar vo­luntades y obtener servicios a bajo costo se cae en el ambiente corrompido que lleva al desorden moral y ético.

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