Opinión
Favores y deudas
Los favores excesivos traen consigo males indescriptibles y hasta inesperados; así, cuando alguien hace un favor pensando en la recompensa que habrá de recibir vende su propia voluntad.
La anterior premisa se aplica en situaciones diversas; por ejemplo, el de un funcionario público que ocupando una función de importancia inicia un rosario de donativos con la intención de que en el momento en que deje el cargo captar unos clientes “agradecidos” que le otorguen un buen sustento económico.
Por esto hay favores que se pagan y deudas que se exigen. Bajo este predicamento muchos que permanecen en una institución pública, piensan que cada “pequeño servicio” que hace va sumándose asegurando en un futuro una renta, que le permita satisfacer sus gustos y “prioridades”.
Publio Terencio comediógrafo de la antigua Roma escribió que ningún hombre digno pediría que se le agradezca aquello que nada le cuesta. De esta manera, si la intención es hacer un favor no hay que pensar en las prebendas a recibir a corto, mediano o largo plazo que permitirán vivir con holgura, sino más bien que el sentido común aconseje no buscar méritos de servicios pasados.
Desde el momento en que los favores programados se realizan para comprar voluntades y obtener servicios a bajo costo se cae en el ambiente corrompido que lleva al desorden moral y ético.
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