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Opinión

La encuesta como instrumento de usura

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Tony Pérez.

El hombre menudo, flaco y con el cabello engrifado con aires de científico había llegado con un maletín en la mano a la antesala de Radio Mil, en el crucero de las avenidas Máximo Gómez y San Martín, quinto piso del edificio Metropolitano.

Él deseaba “presentar, personalmente, unos documentos muy importantes al director de noticias”, según la recepcionista y el seguridad. Era una media mañana de 1995, año previo a las elecciones nacionales que ganaría en segunda vuelta Leonel Fernández.

El monótono tac-tac-tac de las maquinillas viejas dominaba el ambiente de la redacción. Con vasitos plásticos llenos de café al lado, como si fuesen robots coordinados, los periodistas preparaban la emisión del mediodía, la más intensa. Un real hervidero de nervios en la sala de redacción.

Radio Mil Informando era considerado el primer noticiario del país. La credibilidad era muy alta; los oyentes, muy exigentes, y el personal sentía que no podía fallarles.

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Pero, en vista de las expectativas creadas por el inusual visitante, hube de pausar en la faena de director-locutor y recibirle en la oficina.

No bien se había sentado cuando, expectante, ya abría el maletín. Y sacó un legajo de hojas con cuadros y gráficos de pastel y barras con distribuciones de porcentajes resaltadas con colores brillantes. 

“Te traigo buena noticia, te va a gustar, y a la empresa, también”, introdujo con evidente intención de suspenso, el vivaz mulato.

Como si pretendiera no dejar caer el supuesto impacto de su entrada, desplegó seguido sus papeles. Y los mostró, orondo. “Mira, están en primer lugar, por encima de Noticiario Popular y Noti Tiempo. Eso hay que aprovecharlo… hay que publicarlo en los periódicos”.

Me aprestaba a expresarle las gracias por llevar su documento, cuando interrumpió y casi deletreó: “Sólo tendrían que buscar 300 mil pesos para terminar de hacer el trabajo”.

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Se lo remití al vicepresidente de la empresa, Pedro Justiniano (Pepé). Una interconsulta determinó el rechazo de la oferta por considerarla una acción oportunista, carente de rigor científico.

Dos días después, en páginas de periódicos nacionales aparecían desplegados de la misma firma encuestadora presentando a otro noticiario en primer lugar.

El mismo método usaba él con los partidos políticos. Y los persuadía. Hay referencias suficientes de espacios pagados y notas periodísticas sobre sus “encuestas” en los diarios y vespertinos nacionales de la época.

CON EL PASO DE LOS AÑOS

El avivato en cuestión no era el único ni el primero en vivir de negociar con paquetes de números inventados o recogidos a la carrera y cotejados en cuartos fríos para presentarlos a los públicos con el rimbombante nombre de encuesta o sondeo que han aportado las Ciencias Sociales.

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Aquí y en el extranjero, desde siempre, son comunes los farsantes que apelan al retorcimiento en la definición del universo; en el cálculo, estratificación y distribución de la muestra; en el margen de error, en el cuestionario y su aplicación; en la recolección, análisis, interpretación y publicación de la información, como espacio pagado o relatos periodísticos.

Así, asumen un universo menor al padrón oficial de votantes aptos y dispuestos a votar. Estructuran cuestionarios con sesgos convenientes en las preguntas. Declaran una muestra y trabajan con otra. Y la aplican a conveniencia, sin reparar en aleatoriedad ni en representatividad del total de los votantes.

Cuando les conviene, obvian a los “no sabe”, “no responde”. Ejecutan estudios en el contexto de condicionamientos mediáticos previos de los opinantes (Agenda setting).

O sustraen a la sociedad el derecho a saber que los estudios de opiniones electorales que presentan, no son representativos del universo (como los telefónicos), por varias razones: el principio de la deseabilidad social (el entrevistado contesta lo que interpreta que desea el interlocutor); la cultura del gancho, teme a sincerarse por la dependencia económica del Gobierno o la esperanza de depender de él, y por la falta de discrecionalidad en el manejo de la información (caliesaje) y de una sana justicia que permita demandar a los intrusos y salir airoso.

MANIPULACIÓN AL PECHO    

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En el campo de la política estos chantajes con ropaje estadístico han sido recurrentes. Porque es el rentable negocio del sí o sí. Los autores suponen que debes aceptarlo porque te conviene, salvo que prefieras que te cambien los números para favorecer a la competencia.

Y en ese vaivén, el daño al colectivo es previsible.        

La voluntad del elector corre un alto riesgo de ser deformada, si lo exponen a encuestas fraudulentas, a las puertas de las elecciones. Sobre todo, si se trata del indeciso o de aquel que, aún decidido, carece de motivaciones personales fuertes para sufragar. 

Igual, podría desanimar a contendientes mediante la asignación de porcentajes no competitivos. 

Los estrategas políticos lo saben y aprovechan la oportunidad. Contratan “sastres” “Pret a porter” que, luego, medios de comunicación validan al exhibirlos acríticamente en sus espacios más visibles,  en vez de escanearlos para determinar su nivel de certidumbre antes de publicarlos, si el espíritu predominante fuese difundir información veraz.

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Ningún riesgo de sanción, sin embargo, por parte de la institución rectora del proceso – Junta Central Electoral-, cuya responsabilidad respecto a sondeos y encuestas se limita a decir que las encuestadoras deben estar registradas en la institución y no pueden realizar investigaciones de opinión política en los cinco días anteriores a la fecha de los certámenes. Nunca se ha dedicado a escrutar el rigor científico ni la reciedumbre ética de sus autores.

Ante el uso y abuso de estos instrumentos para manipular las mentes de las personas discapacitadas de análisis crítico de mensajes, la Escuela de Estadísticas de la Universidad Autónoma de Santo Domingo, debería designar un equipo de expertos para que se dedique a evaluar cuánta investigación de la opinión electoral sea publicada, y alertar a la sociedad sobre cualquier asomo de manipulación. Ella tiene derecho a ser informada con apego a la verdad.

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