Es un buen deseo, de eso no hay dudas, que muchos compartimos, sobre todo los que aspiramos a vivir en un país mas decente, donde la corrupción nuestra de todos los días sea una excepción sancionada con rigor y severidad y no la regla general que tolera, premia y hasta aplaude a los corruptos, que sin ningún rubor exhiben sus fortunas mal habidas confiados en que ni siquiera les van a retirar el saludo. Cómo no compartir, repito, la aspiración del Arzobispado de Santiago de que cuando el país supere esta crisis regresemos a una normalidad distinta a la que hemos vivido los últimos años, que no sea cómplice de la corrupción que impide el crecimiento general, sobre todo de los mas pobres, como plantea en su editorial el seminario Camino. Pero lo que la pandemia demostró, desgraciadamente, es que la corrupción no se detiene ni en los tiempos de calamidades; todo lo contrario, hemos sido testigos de cómo se ha querido aprovechar esta tragedia sanitaria para continuar saqueando el erario con el pretexto de adquirir insumos para enfrentar al covid -19. Y ese saqueo impune y desvergonzado del dinero público no se detendrá ni con buenos deseos ni con oraciones, con perdón del monseñor, ni tampoco con leyes que los políticos han convertido en letra muerta secuestrando la justicia y convirtiendo el Ministerio Público en un anacronismo al servicio de los inquilinos del Palacio Nacional. Lo que trato de decir aquí es que con los políticos no se puede contar para cambiar ese estado de cosas, por la sencilla razón de que son sus principales beneficiarios. Por eso el tema de la corrupción es el gran ausente en los discursos y las propuestas de los candidatos presidenciales, a pesar de que, como ninguno de ellos ignora, figura en las encuestas como una de las principales preocupaciones de los ciudadanos cansados de tanto ladrón de cuello blanco que anda por ahí estrujándonos en la cara su impunidad. Y ya es hora de que pasemos del cansancio a la acción.