Opinión
“Solemnidad de la Santísima Trinidad”
Domingo X. Tiempo Ordinario
7 de junio de 2020
– Ciclo A
Este domingo celebramos la Solemnidad de la Santísima Trinidad y se retoma el Tiempo Ordinario, que se prolongará hasta la fiesta de Cristo Rey, en el mes de noviembre.
a) Del libro del Exodo 34, 4-9.
Este fragmento nos muestra que el Dios del Pueblo de Israel, conducido por Moisés en el desierto, es compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia. No es lejano e inaccesible, sino próximo al hombre, por eso perdona la infidelidad de los israelitas (idolatría) y renueva su Alianza con su Pueblo al que toma como heredad suya.
Repasando el Antiguo Testamento, podría tenerse la idea de que Dios es lejano e implacable frente a la debilidad humana, pero no es así. El Dios revelado por Jesucristo, imagen visible del mismo, es un Padre amoroso, cercano, el mismo que aparece conduciendo a Moisés por el desierto, “un Dios lento a la ira y rico en clemencia y lealtad”. A partir de la Encarnación de Jesús, Hijo del Padre, Dios se comprende y define en referencia a Jesucristo que es la imagen y la revelación del Dios Uno y Trino.
b) De la segunda carta del Apóstol San Pablo a los Corintios 13, 11-13.
San Pablo en la despedida de esta carta a la comunidad de Corinto con su exhortación final a estar alegres, y de forma precisa expresa sus calurosos sentimientos y su esperanza de que en esa comunidad vivan según las promesas bautismales. Los versículos finales parece que eran usados en las liturgias de la Iglesia primitiva, se han utilizado como saludo inicial en la Eucaristía, que es la proclamación de nuestra fe comunitaria y nuestra común alabanza, por medio de Jesucristo, al Dios uno y trino. Esta fórmula trinitaria, atribuye a cada persona de la trinidad una función, aunque toda acción salvadora es común en la Santísima Trinidad.
c) Del Evangelio de San Juan 3, 16-18.
Este evangelio es de un contenido trascendental: se habla en él directamente del Padre y del Hijo, pero no del Espíritu Santo, aunque se apunta a una teología trinitaria viva y no conceptual, pues se muestra a Dios operando por amor la salvación del hombre.
“Tanto amó Dios al mundo que le entregó a su Hijo único, para que no perezca ninguno de los que creen en Él, sino que tengan vida eterna”. El motivo de la entrega es el amor de Dios al mundo y la finalidad de ese don personal en Cristo es la salvación y vida del hombre por la fe en Jesús. Él es, por tanto, el gran signo o sacramento del amor trinitario a la humanidad, patente en su encarnación, vida, mensaje, pasión, muerte y resurrección. Ahora bien, puesto que el móvil de la encarnación y muerte redentora de Cristo es el amor de Dios al hombre pecador, queda claro que “Dios no mandó a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el hombre se salve por Él”.
La entrega de Jesucristo para la salvación del hombre es perenne, no queda en un hecho pasado, sino que se repite constantemente, en el acontecer de nuestra vida, del mundo y de nuestra comunidad. Especialmente por el anuncio del evangelio y por los sacramentos en los que Dios opera la redención humana, como afirma la liturgia continuamente. Las tres Personas divinas están en un eterno diálogo de amor.
El misterio trinitario es para vivirlo en la medida de nuestras posibilidades, pues para eso nos lo reveló Jesús. Y se vive y se entiende experimentando y vivenciando en la fe la relación filial con Dios por medio del Espíritu de Cristo que habita en nosotros, es nuestra obligación y responsabilidad emplearnos a fondo en esta tarea.
Que el Señor nos acompañe durante nuestro paso gradual a la normalidad y que la peste se aleje de nuestras tierras.
Fuente: Luis Alonso Schökel: La Biblia de Nuestro Pueblo.
B. Caballero: En las Fuentes de la Palabra.
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